sagitario blues Publicado 7 de Mayo del 2015 Publicado 7 de Mayo del 2015 Ustéd es sabido… II Congreso Educación y Astronomía, Chivilcoy, 2015. 3° Parte: Ustéd es sabido… El sábado 24 fue el día de cierre del II Congreso en Educación y Astronomía, Chivilcoy 2015. Charlas y talleres se repitieron en sitios extremos de la ciudad. Rafael Girola con sus compañeros y amiga de EnDiAs, los compañeros de La Plata, las chicas de Choiols y la gente del OAC trabajaron en el Centro Universitario Chivilcoy; Gemini estuvo representado por Viviana Bianchi y otros grupos aún sumaron a la propuesta, tantos que no llegué a saber los nombres. Muchos acudimos al conocido Parque Cielos del Sur, único en el país donde cada juego es un aprendizaje sobre la geometría del cielo, la forma de sus astros, la sucesión de sus caras y el capricho de muchas leyes. Luís Trumpler deleitó con su iglú, Pablo González con su Cohetería, Armando con la explicación práctica del uso de los juegos (calesitas, rayuelas, caminatas, toboganes, trepadores), y el telescopio Solarmax, el mítico Tuboro que ha recorrido ya unos cuántos kilómetros, de Rada Tilly a Purmamarca, de Olavarría a San Rafael. La mañana tocó espléndida; el sol mostró su cara manchada -en tres grupos, sus rulos de plasma, sus fáculas luminosas. Muchos vecinos volvieron a darse cita para disfrutar de esas luces tan lindas. Entre tantos, una señorita que, casi sin pesar, fue a sentarse cerca, cruzadas las piernas, a cebarse unos mates. Mientras varias mamás y sus cachorros miraban las prominencias, esta mujer dejaba que el sol le bañara, silenciosa y notoria. Hola, le dije, ¿Sos docente? No, dijo. ¿Sos alumna? No, repitió. ¿Sos curiosa? Concluí. Sonrió y dijo, Sí. Te felicito entonces, y… ¿Querés mirar el sol? Bueno, dijo y se levantó y la mañana fue más luminosa. Charlamos bastante sobre el lindo astro y sus aspectos, convidó sus mates, corrió a ver la puesta de Trumpler y, como se van las flores con el invierno, partió. En medio de la puesta, sucedió algo que me pinta bien tonto. Estaba contando, no sé si sobre la temperatura de radiación de la corona o sobre los campos magnéticos solares y su intuición mediante los arcos filamentosos que dibuja el plasma para dar forma a las prominencias, en esto estaba cuando se acercó un señor con su hijo. El hombre era alto y amplio, con barba candado; me recordó a esos señores que, en ciertos programas de cable rompen autos para fabricar una casa rodante, o casas rodantes para fabricar autos; por alguna razón me figuró uno de esos actores que usan cinta scotch por hectómetros, o alambre y soldadura; no sé cómo se llaman tales engendros, hace catorce años que no tengo el gusto de ver tv. Les hice lugar a ambos, padre y niño junto al teles, y continué con la cháchara. ¿Está el Tano? Preguntó el niño recién llegado (Tomás). Lo miré, sorprendido, le dije ¿Qué Tano? El Tano, me dijo y esperó a que le conteste moviendo un poco la cabeza. No sé quién es el Tano, mentí y él, Zandanel. No, le dije, no sé dónde está Zandanel. Retomé mi discurso, que el plasma esto y los arcos lo otro, que si un imán y unas limaduras… ¿Adentro está el Planetario? preguntó entonces el padre del niño con voz mucho más estentórea. Me callé, giré un poco porque ambos habían quedado detrás y dije, Sí, está, es un espectáculo magnífico, no pueden perderse esa puesta, vayan, por favor. El hombre me miró, no dijo nada, al rato fue a ver el planetario. Terminé la explicación. Sin duda, una grosería de mi parte, imperdonable. Otra joven andaba por allí, usaba lentes de marco amplio, pelo corto y mirada despierta. Nos pusimos a charlar sobre el Sol. ¿Me permiten la digresión? Si alguno de los que me lee es joven y es soltero y no está enamorado y quiere tener oportunidad de enamorarse y dejar de ser soltero y muy felizmente dejar de ser joven, que se compre uno de estos teles, que se plante en una plaza y que muestre el astro a los paseantes. Sin duda encontrará a su media naranja bajo el sol. Vuelvo al relato. Charlamos con la joven despierta sobre lo que el ocular mostraba, cada detalle me gusta ejemplificar y la chica parecía querer saberlo todo, o acaso es ella muy educada y no quiso interrumpir mi aburrido cuento. La cosa es que pareció entender muy fácil esa zoncera que allá ocurre con los ejemplos y metáforas, cálculos sobre su auto y diez o doce cuentas muy cortitas. Antes de irse me dijo, Cómo explica usted. Sí, admití, es una suerte que tengo, las personas me entienden… Y le conté que estaba acostumbrado a este trabajo de feriante, a hablar aquí y allá, ante este y el otro, eruditos, indigentes, ancianos, niños de dos años como mi nieto, quien conoce no menos de cinco estrellas (por cierto, hoy me describió con exactitud varias galaxias de su libro de astronomía). Antes de despedirme de la muchacha le ofrecí asistir a charlas futuras, con amigos o conocidos, la próxima vez que viaje a su ciudad. Y entonces, oh mundo estrecho, pequeño y amable mundo, me dijo, Sí, voy a hablar con mi superiora, Ella es la secretaria de turismo municipal, por allí podemos hacer algo en conjunto. Mirá vos, le dije, He ido al Palmar, por ejemplo, a charlar con turistas, a mostrar los cielos. Buenísimo me dijo, Mi superiora estaba por acá… Aja ¿Cuál era? Una chica que tomaba mates, estaba allá, dijo y señaló el sitio donde estuviera sentada la levedad. Como todo lo que comienza termina, la función de planetario acabó y la gente, como Gepeto y Pinocho, fue devuelta al mundo. El niño que buscaba a el Tano estaba otra vez a mi lado. Vino, vió, se rindió, diría, si me permiten el plagio. Extasiado miró Tomás y esto solo por la mañana. Por la tarde volvió con un amigo, un tío, otro colega y su padre. Todos observaron a destajo. Trajeron mates ellos de modo que fue una tarde provechosa. Con estos adultos medimos el mundo. Siempre que voy a demostrar algo suelo hacer una pavada, una cosa cómica o inesperada como para atraer la atención. En este caso, saqué una tiza del bolsillo y -el piso como pizarra- calculamos la velocidad a la cual gira el entero mundo que pisamos. Luego, para dar certezas de cómo fue medida su anchura, jugamos con unas sombras que dos farolas cedieron con gentileza, como no enterándose del asunto. En eso, el amigo del padre de Tomás, dijo, Claro, ¡trigonometría! Resultó ser que los adultos eran egresados de escuela técnica, título que ostento. Poco antes de que Pablo González diera inicio a su excelente taller sobre cohetería, algo me preguntó el niño, Tomás. Le contesté sonriendo, no recuerdo ahora qué, y me dijo, Qué vivo, usted porque es sabido… Gracias, Tomás, gracias Chivilcoy por tan lindos días pasados bajo el cielo.
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